miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un domingo cualquiera (15)

Lo habían anunciado la televisión en las noticias de la mañana. 
Aquella tarde de domingo presagiaba una tarde malísima. El viento huracanado azotaba Avignon y el cielo cada vez mas gris no daba margen a la esperanza.

La semana no había sido mejor, los estudios y el trabajo me tenían exhausta y con la cabeza a punto de estallar sumida en un mar de información cuyos datos debía memorizar. Nathalie había viajado ese fin de semana a visitar a sus padres. Sola y sin nada mejor que hacer en casa buscaba refugio en mi ordenador.

Como siempre mis buzón de entrada estaba repleto de notificaciones sin leer. Obvié los del trabajo y la Universidad. No tenía la cabeza para ellos ni tampoco me apetecía. Mario como siempre estaba ahí ,fiel a nuestros contactos dominicales. Cuendo era posible y a la misma hora conectábamos. Aunque no siempre coincidíamos; en parte porque él era un chico muy ocupado y yo una loca a la que siempre se la enredaba en actos sociales. Pero aquella tarde ,cuando las gotas de lluvia comenzaban a chocar contra el cristal de la ventana ,la mejor opción, sin lugar a dudas, no era otra sino que quedarme al calor del hogar .Como única compañía de un té bien caliente, el ordenador y mi pijama de la “pequeña parisina a los pies de la Tour Eiffel”.Fue un regaló Jean Paul basándose en un simpático dibujo suyo especialmente diseñado para mi.

Hablar con Mario resultaba encantador y divertido. Hablábamos de infinidad de asuntos aunque era bastante reservado para hablar de su trabajo. Intuí que debía ser una persona de cierto poder. Cada vez que me acercaba a ese tema lo driblaba con elegancia. Poseía maestría en hacerlo y como dice el dicho “a buen entendedor pocas palabras bastan”. Así que, hablábamos de todo un poco y nunca sabías cuando la conversación derivaría a temas más calientes. Eso formaba parte del atractivo de Mario. Su cautela y paciencia.

Lejos quedaba ese día de la gasolinera. Ese trayecto de autopista y el tacto de su piel sobre la mía. Casi podía sentir su aroma en el recuerdo. Su manera de agarrarme y su acento español susurrándome en el oído. Su manos buscándome los senos. Su lengua recorriéndome. El deseo irrefutable de su virilidad entregada alevosamente a la perspicacia de mis pecados.

Las lluvia caía sobre el enlosado purpúreo del ático levantando burbujas de agua que a su vez eran reventadas por otras, en un ciclo que parecía, no tener fin. Los tejados conferían el paisaje desolado que desde mi ventana divisaba. Estos de un azul drisaceo se difuminaban en el plomizo cielo. Mientras las golondrinas que volaban bajo rastreaban un lugar donde salvaguardarse del temporal huyendo así de la apremiante tormenta que los relámpagos anunciaban.

Mario me iba comentado su deseo de hacerme una visita pronto,la cual yo, también deseaba. Quería invitarme a pasar unos días en Barcelona, ciudad de la hablaba maravillas y cuya gastronomía, según comentaba, no debía de perderme por su exquisiteces.

Las luces de habitación hicieron un amago de apagón justo en el momento que la tormenta parecía acercarse. El siguiente relámpago fue letal y me dejó en la mas absoluta oscuridad durante unos minutos. No obstante mi portátil continuaba funcionando hasta que la conexión de red me dejó a medias en lo mejor de la conversación.

Un estruendo me sobresaltó procedente de la habitación de Nathalie. Me incorporé de un salto y me dirigí hacia origen del ruido. La ventana de su cuarto se había abierto a consecuencia del fuerte aire chocando los marcos contra la pared y produciendo mi sobresalto. Las cortinas enarboladas por el vendaval ondeaban arremetiendo contra todo lo que estuviese cerca.

Cerré como pude las ventanas y recompuse el desorden que se había causado. Lápices, alguna cuartilla de folio, una camiseta, algo de ropa interior y la lámpara de su mesilla habían quedado esparcidos por el suelo.

Entonces lo vi. Se encontraba sobre su cama con una pequeña nota:

Por si te aburres el fin de semana sin mi, petite cochonne. No me eches de menos!!. Nathalie.”


Se trataba de un cuadernillo pequeño. Ideal para guardar en la mesilla o incluso en un bolso. Encuadernado en tapa dura rosa. Contenía como portada el dibujo de una hermosa chica manga de cabellos azules y lilas largos hasta la cintura; así como unos grandes ojos verdes que irradiaban luz, poseía una nariz pequeña y sonrisa en forma de “uve” de labios finos bien perfilados.

Guiada por mi curiosidad me senté en una de las esquinas de su cama que estaba cubierta por un edredón de plumas de color azul. Sobre el cabecero de esta había un póster de una de esas macro fiestas de Ibiza que tanto le atraían. Recuerdo haber mantenido conversaciones sobre su deseo de poder ir juntas un año a la isla española para hacer las locas desenfrenadamente. En la pared, a la derecha de su cama,estaba presente, un cuadro de corcho donde pinchábamos con chinchetas de colores nuestras fotos. Las de Halloween eran las últimas que habíamos colgado. Ambas de enfermeras perversas de “Kill Bill” con sendos parches en el ojo con el signo de la “cruz roja” estampado en ellos.

Y entonces abrí lo que denominé: “El diario secreto de Nathalie”, por una página cualquiera.

...Después de la cena y el paseo terminamos en una discoteca céntrica. No recuerdo la hora que sería, pero después de unas pintas negras, ¿qué mas da eso?. Creo que el poco vino de cena y las cervezas estaban elaborando un cóctel de consecuencias inesperadas.
Sí que recuerdo mirar el teléfono. Estaba un poco excitada lo reconozco. Didier, cada vez que podía, acercaba su entre pierna y al menos descuido “zas”....se rozaba con mis mulos. Por lo que ya, me hacía una idea de como era su miembro sin necesidad de verlo.

Como iba diciendo, (que no me pierda en los detalles), miraba mi teléfono. Estaba deseosa de Juliette...sencillamente la deseaba, pero se ve que ella, esa noche, estaba a otras cosas. Así, que me quedaba Didier....”

Me acomodé en la cama aquello prometía. La verdad era que la situación me estaba resultando de lo más excitante. Al misterio, le rodea un halo de erotismo y yo era presa fácil para dejarme llevar. Mi curiosidad y la complicidad con Nathalie era totales. La deseaba a ella tanto como ella a mi.

...Hoy he llevado el vestido fucsia. Ese que me marca tanto la silueta. Me encanta. Ya sabía de antemano que sería la mirada de algunos.¿Qué diablos?... Me gusta provocar jeje.
  • Voy al aseo-. Le dije casi en un susurro en el oído y sin que lo esperase, le pasé la lengua por la comisura de los labios. Entre tanto apreté su muslo por la parte interior. Casi se le cae la copa al pobre.

En el aseo me solté el pelo que estaba recogido hasta ese momento en un sencillo moño. Quedando mi melena rubia suelta. Me lo



alisé con el cepillo que siempre llevo en el bolso para tales ocasiones. Me repasé el maquillaje... e hice algo mas: Me quite la braguita roja que llevaba y me la enrolle en la muñeca derecha. A simple vista parecía un pañuelo rojo pero no lo era.

Volví con Didier. No daba crédito a como se le estaba presentando la velada. Y yo, ademas de ir cada vez mas excitada, me estaba divirtiendo de lo lindo.

  • ¿otra copa?...- Me preguntó decidido.
  • Sí, claro ¿por qué no?. Un Mojito. Tengo calor.
  • Ufff..!Qué así sea!.

No puedo negar que mientras escribo esto me estoy excitando otra vez. Lástima que Juliette esté dormida y mañana tenga examen a primera hora..je,je,je

La música no era de mi agrado pero estaba en ese instante en que todo me resulta bailable. A medio Mojito arrastré a Didier a la pista. Bailaba como un pato mareado pero estaba animado. Le rodeé con mi brazos desnudos y comenzamos a besarnos. Mi lengua entraba en su boca sabor a Vodka y me deleitaba chupando sus labios. Cuando nuestras pelvis chocaban notaba su miembro endurecido (parecía que fuese a romper sus pantalones). Sus manos se le iban autómatas a mi trasero. El cual me lo agarraba con fuerza como si se fuera a escapar..



  • Joder, que bien hueles-. Me dijo una de las veces que 
  • separamos nuestras bocas.
  • ¿te gusta?. Huele “mi pañuelo”-. Y le acerqué mi muñeca derecha a su nariz...
  • Me encanta.
  • Es mi ropa interior, Didier. ¿ O es que aún tus manos no han notado que no llevo nada debajo del vestido?...”

Llegado a este punto del diario. Estaba completamente tumbada en la cama de Nathalie. Mi mano, la que quedaba libre sondeaba por debajo del pijama y reptaba por mis muslos acariciando la superficie superior de mi braguita. Mi dedo corazón surcaba mi sexo buscando la protuberancia del clítoris. El rubor y el calor de mi sangre amotinada restaban el frío del exterior. Separé las piernas mientras leía con lascivia. Mi respiración se volvía arrítmica y se atropellaba consigo misma.

...Entonces, Didier, buscó desde mi trasero la entrada hacia mi sexo. Mi mano caprichosa rozó su pene henchido por encima del pantalón. La gente nos rodeaba. La música cada vez mas cañera acompañaba y las luces ocultaban nuestro juego.

Nos fuimos a una esquina mas oscura donde pasar mas inadvertidos. Me tocaba los pechos por encima del vestido. Estaba muy pero que muy excitado. Le desabroche el pantalón y le introduje la mano. Casi tengo el primer orgasmo a sentir el tacto caliente de su pene que era descomunal. Me ocupaba toda la mano y aún sobraba. Mis labios se fundían con los suyos y mi lengua era atrapada entre sus dientes. Comencé a hacer movimientos de vaivén suavemente sobre su miembro.

La verdad que la primera vez no fue muy bien del todo ,al menos ,para mi. Didier, se encontraba tan excitado que mojo mi mano en tan solo veinte segundos después de tocársela.

  • Joder, lo siento. Ahora vuelvo-. Dijo, mientras dirigía sus pasos al aseo. La verdad, pensé, que ahí había acabado todo pero no fue así.
Al poco regresó con nuevos bríos. Me agarro por detrás cuando menos lo esperaba y presionó mi culo contra su miembro. Haciendo uso de una habilidad que me sorprendió, introdujo su mano por el interior de mis muslos y comenzó a masturbarme. Apoyé mis manos sobre la columna negra que nos separaba de la gente del local y mis ojos se cerraron dejándome llevar.

  • ¿Aun sigues con ganas, Nathalie?
  • Sí-. Respondí con voz jadeante.- Con muchas...no pares.

Le agarre del brazo y lo lleve hacia el aseo nuevamente. Atravesamos toda la pista de baile si conciencia alguna de la gente que allí estaba.

Entramos en los aseos femeninos. No se si nos vieron. Me daba igual.. Nos fundimos como dos adolescentes en plena revolución hormonal. Didier, extrajo de su cartera un condón y se lo puso.

Su miembro erecto quedó expuesto ante mi. Subí mi pierna a la altura de su cintura apoyándola contra la pared, como si con ello evitara que esta se fuese a derrumbar e hice lo propio con mi espalda sobre la pared opuesta. Elevé mi falda cuanto pude ofreciéndole mi sexo deseoso de ser penetrado.

Me miró con unos ojos llenos de pasión e impudicia. Se avalanzó contra mi. Me la introdujo de un solo golpe y comenzó a empujar. Las embestidas eran rápidas y fuertes. No paraba. Me iba a volver loca de placer. Al haberse corrido antes ahora parecía aguantar mucho mas.

Bajó mi escote sacando mis pechos del sujetador. Su boca mordía y lamía mis pezones. La piernas me flaqueaban a cada orgasmo que tenía.

Dios, que mojada estoy recordándolo.

Me dio la vuelta montándome así a cuatro patas con mis manos apoyadas en la cisterna. Me estaba taladrando. Sentía su fuerza en cada penetración.

Sus manos agarraban mi pelo como si este de las bridas de una yegua se tratase. Me traía hacia él y me asiaba de las caderas. Le miraba de reojo. Estaba sudoroso y la tez la tenía pálida. La sacó de mi vagina y quitándose el preservativo terminó corriéndose sobre mis nalgas denudas. ...”

Creo que Nathalie se corrió en el mismo momento que yo leyendola. No se cuanto placer me proporcionó aquella historia pero aquella terminó por ser una tarde estupenda.

Cerré el diario pero me quedé con la nota. Así ella sabría que su juego había funcionado y lo dejé nuevamente sobre la cama con el deseo de continuar su lectura en algún otro momento.








lunes, 11 de noviembre de 2013

La iniciación (14)

Sigue al conejo blanco, Juliette, síguelo y no te detengas. Avanza, no permitas que se te eche el tiempo encima...corre o el sombrerero te atrapará...pero...¿dónde estoy?, ¿son mis pasos los que me alientan a seguir o el deseo dúctil y febril que se me apodera?. Me siento caer. Caigo sin remedio.

La cena, sí claro, fue la cena. Eso debió ser. No obstante, la cena fue bien; algo de vino y comida no muy pesada. Algo de vino....¿ya lo dije?. Sí lo dije. Que rápido pasan las cosas. Hace un momento estaba cenando y ahora caigo...caigo...

  • No te resistas, Juliette-. Dice una voz que lejana, me avisa y sus palabras surcan el aire hasta mis oídos .
Hay una espiral ante mi que no se aleja en mi caída, que se mantiene impertérrita en la distancia  y cuyas aspas comienza a girar. Estoy mareada y siento frío.

  • Ven conmigo, sígueme. El sombrerero está cerca. Nos quiere atrapar. ¡Gira a la izquierda cuando topes con el suelo y corre!.

    Correr sí; pero a dónde. El golpe contra el suelo ha sido muy fuerte. Los huesos se han apretado sobre el duro y gélido asfalto. Se han presionado entre sí, sorteando la posible fractura; pero estoy bien. Intento levantarme y lo logro. Sobre la vertical de mi misma, mis piernas se tambalean y mis rodillas flaquean. Miro a mi alrededor buscando una señal, una orientación y todo está oscuro, sin destellos salvo la línea roja que se bifurca en el suelo. Dos caminos que me separan de razón.

  • ¡Vamos..., te quedas atrás!.¡ No sigas la línea roja!.¡ Es una línea sin retorno!. ¡Gira en la esquina y ve hacia la la izquierda!.
  • ¿Qué esquina?...¡no se ve nada!...
  • Estás sobre el sendero de que marca el otro lado del espejo. Síguelo y llegaras a la esquina.
  • ¿El otro lado del espejo?.
    Miro al suelo y ahí las veo marcándome un camino que no acerté a ver. Corro...,corro y las piernas me duelen y están pesadas. No miro hacia tras, para qué, solo hay el vacío. La espesura de la oscuridad se confunde con una niebla que se disipa a cada paso para ocultarme el resto.

Los ojos de un lobo me acechan. No lo distingo, pero el brillo rojo de su mirada en la noche no da lugar a la duda. No veo su cuerpo, si es que lo tiene, solo un par de ojos que inmóviles y distantes levitan a una altura la cual me sobrepasa . Siento frío. Mucho frío.

La niebla, de repente, cae a los pies de mis tobillos . Solo llevo puesto una camisa. Una camisa de hombre. Es de Etienne, huele a él, sí es de él. Por debajo de ella estoy desnuda. Desnuda y descalza. Mis manos tiemblan y el vaho de mi aliento surte con fuerza, por la puerta de mis labios para fundirse en la noche.

La veo. Veo la esquina, de la que me hablaba el conejo. Está nítida ante mi. Cómo no la había visto antes. Llego a ella y la tomo.

  • Casi hemos llegado-. Dice con sigilo la voz de mi guía. El cual se ha transformado en eso, en una voz, incorpórea.
Busco pero no veo nada mas que una calle sin salida. Paredes que desde el suelo se yerguen infinitas a lo que no sabría definir como un cielo. Paredes de ladrillo visto rojo que forman un callejón de cuello de botella si salida. No hay ventanas que emerjan de ellas, ni tragaluces, ni aberturas. No hay señales de trafico, ni indicaciones de ningún tipo, no hay nadie...Estoy completamente sola.

No sé a donde ir. Estoy atrapada en...algún lugar que no conozco y casi desnuda. Mi guía me ha engañado. Me ha traído a donde no me puedo escapar. Y hace frío.

Me giro y a lo lejos distingo tres figuras que caminan hacia mi. Caminan en una formación de triangulo, uno viene mas adelantado que los otros dos. El primero tienes un sombrero, una especie chistera, sutilmente ladeada. “El sombrerero”, es él, o eso piensa mi confundida mente .

A los otros dos, no lo distingo pero van iguales. Creo que son chicas. Sí, son dos chicas con trajes de época y paraguas. Los tres portan sendas mascaras blancas las cuales ocultan sus caras. La mascara de “el Sombrerero” esta dividida en dos colores, en su mitad vertical, una es blanca, la otra negra y recortada de de tal forma, que en la mitad del lado blanco, deja ver parte de su boca y sus labios. Las de ellas son blancas enteramente.

  • Bienvenida, Juliette. No tengas miedo. Esta noche es muy especial para todos. Es un día de fiesta que debes gozar. Es la noche de tu iniciación-. Su voz, era de una calma y serenidad que infundía confianza. Una voz, que mi perturbada cabeza no identificaba pero que no le era ajena.
  • Ellas, van a cuidar de ti y yo, como el gran maestre en esta iniciación, voy a estar contigo en todo momento. No temas pues.

Un vehículo negro se acerco a nosotros sin levantar ruido y el caballero de la chistera abrió la puerta trasera. Primero entro una de las damas, luego yo y finalmente la otra chica. El maestre se aposentó en el puesto de copiloto. Dentro de coche se estaba cálido muy cálido. Resultaba reconfortante.

Una de las damas le dijo algo al caballero de la chistera que al entrar en el coche se la tuvo que quitar, dejando descubierto su cabellos morenos y algo ondulados. Sacó algo de su bolsillo. Se trataba de una venda y un lazo. La dama, tomó ambas cosas con sumo cuidado. Me rodeó los ojos con una fina venda de seda negra que no dejaba penetrar nada de luz. Me la anudó por la nuca y me atusó el pelo con una delicadeza que me estremeció. Luego sentir unos labios calientes posándose en una de mis mejillas. No sabría decir de cual de las damas.

Mis manos quedaron unidas por delante de mi, a la altura de mi estómago algo revuelto y fuertemente atadas con el lazo que “el sombrerero” les había proporcionado. Estaba mareada pero el calor de interior de vehículo era agradable. El motor silencioso apenas se escuchaba pero notaba su avance. Las damas me acariciaban las rodilla o eso creía.



Estupor...esa es la palabra; desasosiego...por qué no, también podría ser . Escuchaba risas . Sí... lo eran, eran risas ...que en la lejanía cobraban vida. El silencio y la oscuridad me acompasaba aviniéndose a mi desaliento. Deseaba gritar. Pedir explicaciones de cuanto ocurría pero mi lengua henchida y pesada no articulaba movimientos. Mi garganta emitía sonidos sordos que no traspasaban el umbral de mis labios. Quería zafarme de mis atadura, mal gastando una energía de la que no disponía. Los músculos dormidos y entumecidos no reaccionaban a los designios de mi cabeza. Y seguía cayendo.

Me bajaron de coche y me quitaron la venda que cubría los ojos. Estaba en un jardín de setos que representaban formas abstractas. Me encontraba a los pies de una mansión o tal vez un palacio de planta rectangular y sobre esta dos mas. Configurando su tres plantas, piedra gris y opulencia indescriptible. Se encontraba rodeaba de muros y bellos jardines de avivados colores. Capiteles de columnas de mármol blanco y rosado discurrían por en rededor de nosotros formando un camino que llegaba hasta la puerta principal . Asemejaba esos palacios de las películas antiguas y al mismísimo Versalles. El cielo era, un agujero negro que se cernía sobre mi cabeza. El suelo empedrado adoquinado formando un camino y a ambos lados de este, se extendía un césped policromático como nunca con anterioridad había visto.

Por de tras de unos arbustos y junto a una gran fuente el “conejo blanco” se reía a pata suelta. Sus carcajadas resonaban en la noche fría. Mis acompañantes me rodearon formando un triangulo en el que yo era el centro . “El sombrerero” se había vuelto a poner su chistera de medio lado, coquetonamente. No había deparado en sus traje azul de época y la ausencia de camisa. Los tirantes del pantalón se sostenía sobre su torso desnudo.

Llegamos a la puerta de mansión que estaba presidida de una escalinata de cuatro peldaños. A ambos lados de la pequeña escalera y en fila unas personas nos esperaban . Estaban disfrazadas de época, con sendas mascaras cubriendo sus rostro todos y todas. Ya dudaba si eran disfraces o me encontraba en un anacronismo que se me escapaba de la razón.

  • -Has caído en la madriguera-. Torturaba mi mente el conejo.- Ahora el sombrerero es quien manda.
Me recibieron entre tímidos aplausos y susurros varios. Un hombre, con una careta de zorro, orejas puntiagudas y feroces dientes comento algo con el maestre. Luego tomando una mascara, idéntica a la de las damas, me la puso, cubriéndome el rostro.

No podía ver bien a los lados sólo hacia el frente. No era dueña de mi,eso estaba claro, mareada y envuelta de un sudor frío el cuerpo se me estremecía. Las damas, se encontraban junto a mi agarrándome por los codos como si de una rea me tratase. Me guiaban entre galerías interminables, con cuadros de marcos rústicos y un suelo enmoquetado purpura. Las personas, ( de algún modo llamarlas) que por allí habían, se iban abriendo a nuestro paso sin dejar de observarme. De observar a una chica con una mascara blanca que cubría su cara, atada de manos y como único vestido una camisa de hombre que tapaba su desnudez.

Entramos en una estancia sobria y oscura. Obviamente era la antesala de algo. Me subieron por unos escalones de madera que crepitaban con cada uno de nuestros pasos. Las damas , fieles compañeras de ceremonias me guiaron en todo momento. Se trataba de un escenario cuyo proscenio estaba adornado de candilejas de aceite cuya luminosidad tenue y tinteante conferían cierta tenebrosidad al lugar . Frente a mi, un patio de butacas dispuesto y rodeado por un pequeño anfiteatro. Calculé con capacidad, tal vez ,para cien personas, tal vez menos, tal vez más. El aforo se iba llenando poco a poco con gente que parecía sacada de otros mundos y otros lugares. Se reían , comían y bebían disfrutando con cada instante mientras las damas siguiendo un protocolo, que se me escapaba a mi entendimiento, desanudaban el laso que apresaba mis manos. Una vez liberada procedieron a desabotonar y quitarme la camisa, quedando así, mi cuerpo desnudo y expuesto a las miradas de los allí presentes.

En la primera fila Humpty Dumty jugaba a las cartas con el conejo y de vez en cuando me miraban entusiasmados. Escorado en el extremo derecho y arriba en lo que parecía una especie de parco. Un enano con una chaqueta de presentador de circo la cual, (cuando bajó de aquel lugar lo pude ver), arrastraba visiblemente por el suelo; hablaba en voz alta a los presentes en un lenguaje que no acerté a comprender.

No comprendía nada, pero ahí estaba desnuda delante de casi cien personas, sin la más mínima idea de quien eran.

Del lado derecho del escenario subiendo por una rampa negra, “El Sombrerero” con aquella chistera ladeada hacia la derecha y con aquella enigmática máscara que dejaba ver media sonrisa.... se me acercó. Los espectadores dejaron de murmurar. El foco de atención pasó a ser el centro de aquel teatro.

  • Tranquila, Juliette es tu gran momento-. Y dirigiendo la mirada a las damas de ceremonia sin dar nunca la espalda a los espectadores, dijo,- Preceder...
  • No sabes la suerte que tienes. Ojalá pudiera volver a estar en tu lugar-. Susurró, en unos de mis oídos una de aquellas subalternas o concubinas al uso, y añadió.- Todas hemos pasado por esto .

No sé cómo me vi amarrada mediante grilletes que sujetaban mis pies por los tobillos y mis brazos por las muñecas. El último cierre de la muñeca izquierda lo ejecutó con maestría “El Sombrerero”. Quedando así amarrada a la denominada “Cruz de San Andrés” de espaldas al público. Me colocaron una mordaza de bola para morder y quedar así mi boca sujeta sin peligro a morderme la lengua.

Humpty Dumty aplaudía eufórico y junto al conejo se lo pasaba en grande mientras sus miradas me sodomizaban. Los espectadores le animaban en aplausos, al ritmo una ridícula canción, que no para de repetir perturbando mis sentidos ya mermados.


Humpty Dumty se sentó en el muro,
Humpty Dumty tuvo una gran caída,
Ni todos los caballeros ni todos los hombres del rey
pudieron a Humpty recomponer.”

El sombrerero tomó un flogger de tiras de ante y antes de que me diera cuenta soltó un golpe rápido que silbó en el aire rompiendo el suspense y topándose contra mi espalda. Sentí un quemazón fuerte donde impactaron las tiras. Se me escapó un lamento. Acto seguido llegó otro latigazo que me hizo retorcerme en la cruz. Escuchaba cómo las damas estaban encantadas y recelosas de mi puesto. No pude resarcirme del segundo latigazo cuando llegó el tercero. Apreté mis dientes hundiéndolos en la bola. Elevé una exclamación de dolor y un “gracias mi señor” ahogado por la mordaza a cada latigazo; tal como las damas, me decían debía de hacer. La gente se levantaba de sus asientos como si de un partido de fútbol se tratase para alentar a su equipo. No sé cuantos latigazos infringidos por aquel flogger soportó mi maltrecha espalda. A partir de sexto perdí la cuenta. Mis piernas temblaban. Cuando sincronicé mi gratitud al golpe, “El maestre” paró.

Luego asió una paleta ancha y comenzó a azotar mi trasero. Dando las gracias a cada golpe, como había aprendido, esperaba la clemencia que no llegó. El dolor se hacía notar pero era soportable. “El Sombrerero” sabía lo que hacía y no negaré cierto placer, cuando mientras, me castigaba el cuerpo, vitoreaban y las damas acariciaban mis pechos. No podía pensar claramente sólo dejarme llevar.

Me soltaron de la cruz y me llevaron a un potro apoyando mi pecho contra el . Esposaron mis muñecas por debajo de este y una de mis piernas a cada pata sujetas por grilletes. Noté alivio a mis heridas cuando las damas y “El maestro” untaron mi cuerpo con algún tipo de ungüento que me refrescó la piel. Me proporcionaron de un masaje reparador. Me quitaron la mordaza y me ofrecieron agua fresca.

Sobre el potro como estaba e inmóvil vi como una de las damas se desnudó. Se quitó el traje que llevaba con ayuda de la otra chica quedándose con un sexy y vistoso traje de látex negro ajustado, que favorecía su esbelta figura.
Entre el publico una mujer de una edad que rondarían los cuarenta y cinco años, bien conservada, regalaba una felación a uno de los invitados quien no dejaba de mirarme.

La chica del traje de látex negro comenzó a masturbarme, haciendo que fuera humedeciendo poco a poco. Luego colocándose un arnés el cual poseía un miembro considerable se dispuso a penetrarme. Sentía placer...mucho placer.

“El Sombrerero se deshizo de su chaqueta quedando su torso desnudo y expuesto a mi. Bajándose la cremallera de su pantalón se la sacó su miembro precipitadamente,para meterlo en la boca. Casi me provoca un vómito por el ahogo; La dama continuaba haciéndomelo. .

El público comenzó a subir al escenario. Todos querían tocarme. Hombres y mujeres magreaban mi cuerpo a su antojo. “El maestre” me lo hacia por de tras en ese momento y parecía me fuera a destrozar por dentro. Su miembro era vigoroso y enorme. Otros, se masturbaban y eyaculaban sobre mi. Otros me la hacían a chupar. Las mujeres me besaban y lamían mis pechos...

    - Lo has hecho estupendamente-. Dijo satisfecha y risueña Nathalie con aquel traje de látex negro quitándose la máscara. Etienne sonreía orgulloso con la chistera ladeada hacia la derecha mientras Brigitte me miraba desde el patio de butacas limpiándose la boca sonriente...


Me sobresalte y me incorporé confundida sobre la cama. El pelo de Nathalie caía como siempre sobre sus hombros y se precipitaba hacia mi mientras intentaba tranquilizar. Me dio un beso suave en los labios y me regalo una de sus mejores sonrisas.

  • Tranquila Juliette; has pasado muy mala noche. La fiebre te subió mucho esta madrugada. ¡Anda, tomate esto, aunque ya te veo con mejor color!-. Y me ofreció una pastilla que me alivió y recuperó bastante, dicho sea de paso.





    Recordé que no había cenado aquella noche y que había estado toda la tarde en el sofá con gripe leyendo a Lewis Carroll y a su “Alicia”.
    Me levante y subí la persiana. Descorrí las cortinas y un aire 
    limpio y fresco entró en la habitación. Me encontraba con fuerzas y energía. Me dí una ducha y tomé acompañada de Nathalie un reconstituyente desayuno.










domingo, 3 de noviembre de 2013

Recopilando fotos



Un pequeño vídeo para mis lectores como regalo...

                                                                          Juliette.-