Atravesamos una pequeña
galería que conducía a un amplio salón finamente decorado. Lucía
colores sobrios y lámparas colgantes de cristal en los techos las
cuales proporcionaban una tenue luz, que no llegaba desentonar con el
ambiente cálido y acogedor del local.
La música de piano en
directo amenizaba a los comensales mientras estos daban buena cuenta
de sus receptivos platos. En mesas perfectamente dispuestas,
decoradas con velas, copas de cristal fino así como brillantes y
suntuosos cubiertos.
Aquel señor de refinados
modales muy amablemente me llevó hasta la mesa donde mi acompañante
esperaba con un típico traje de ejecutivo bien planchado que dictaba
mucho de la imagen que guardaba de él en aquellos días del verano.
Verle ahí sentado con aquella pose bien estudiada y una copa de vino
para amenizar la espera, me puso algo nerviosa y al pasar por delante
de una columna en cuyo reflejo me pude ver revise mi atuendo. Blusa
blanca con alguna transparencia que deja insinuar sin mostrar y una
minifalda negra que conjuntaba perfectamente con mis zapatos de tacón
de aguja y mis medias negras.
Sorteamos las mesas con
la agilidad de quien se conoce el espacio que transita sin necesidad
de mirar y situada justo delante de una enorme ventana cuya
panorámica no dejaba inmune y junto a una pequeña réplica del
“David”, llegamos.
- Juliette, cuanto tiempo?-. Dijo levantándose de la silla para endosarme dos besos en ambas mejillas mientras con su mano derecha evitaba que su corbata recalase en la mesa.
- Bastante, la verdad. Gracias por invitarme, Mario.
- Espero que el restaurante sea de tu agrado. Vengo bastante por trabajo y de vacaciones por Francia pero nunca había venido a comer aquí.
- Has acertado de pleno.
- Estás preciosa, por cierto.- Y un leve y fulgurante rubor iluminó mi rostro.
- Me he permitido la licencia de seleccionar el vino mientras te esperaba. Si deseas tomar alguna otra cosa...
- No, vino estará bien...gracias.
Pedimos la cena después
de escrutar la carta y la velada transcurrió plácidamente. Las
miradas se quedaban suspendidas en el aire sustentadas en entre el
deseo y la pasión contenida. Mario tan elegante, tan sobrio y con
ese deje español me dejaba encandilar.
- Me pregunto cuánto disfrutas con este juego-. Y un silencio lleno el espacio entre él y yo. - Pues pienso, y con ello no creo equivocarme en forma alguna, que es algo que estas haciendo desde que has entrado.
Mis párpados se
entornaron dejando en su plenitud el ahumado en negro de mi pintura
de ojos. Mis pestañas se entornaron para después abrirse y dejar al
descubierto mis pupilas iluminadas por la tenue luz de lámpara y el
fulgurante brillo de la vela que nos alumbraba.
El silencio volvió a ser
el predecesor a las palabras pronunciadas por Mario y la respuesta
fue tan sutil como enigmática. Mirada fija a la suya. El leve y
febril rubor de mis mejillas ardientes y algo sonrosadas por el vino
creaban una atmósfera peculiar. La medio sonrisa dibujada por mis
labios de un rojo, el cual impregnaba la transparencia de la copa así
como la concupiscencia maliciosa del filo de mi lengua, que no dejaba
escapar la ultima gota que empapaba la comisura de mis labios.
Hacían arder mi piel y mi sangre
Entonces y sin decir nada
empujada por el juego, solté mi pelo que hasta entonces estaba
recogido en un perfecto peinado.
Clavadas , seria la
descripción mas correcta para definir nuestras miradas en ese
instante.
Mario se reclino apoyando
la totalidad de la espalda sobre su silla. Acto seguido en un
movimiento rápido del cual nadie se percató excepto mi
interlocutor, levante el trasero del asiento. Mis manos veloces se
introdujeron por el interior de la falda bajando mi tanga que se
deslizó con suavidad por muslos, rodilla hasta escabullirse de mis
pies en un movimiento preciso para terminar sobre la mesa. Marió
sorprendido tomó mi prenda interior rápidamente antes que nadie se
percatara de la acción.
Sus manos lo atraparon
fuertemente y el calor que aun desprendía le ruborizó la cara.
- Estas completamente loca, Srta. Declercq.-. Dijo entre el susurro que la risa permitía mientras guardaba el tanga en su chaqueta
- Y completamente excita-. Dije mientras terminaba el ultimo trago de mi copa.
El camarero se acercó
para tomar nota de los postres.
- ¿Algún postre desean tomar los señores?
- Champagne, bien frío, por favor. ¡Ah!, y la cuenta. Pedí sorprendiendo a Mario.
No tardó aquel eficiente
camarero en traernos lo solicitado. Tomé la botella con descaro de
la cubitera dejando a tras un reguero de agua helada y el
característico sonido de los hielos chocando entre sí.
- Te espero en la entrada- . Y mientras me levantaba pude observar como los caballeros de otras mesas y como el propio Mario, me seguían con la mirada. Como obviaban a sus acompañantes fijando sus ojos en la chica de blusa blanca y falda negra caminando con esos tacones altos entre las mesas botella en mano, aun sin descorchar, en dirección de la entrada.
El señor de la recepción
que tan amable me acompaño hasta la mesa. Me miraba sin disimular
una amigable sonrisa. Yo le devolví la mirada con un guiño cómplice
y le sonreí también.
- ¿Le pido un taxi Madame.?. - Me preguntó
- Por supuesto, creo que mi acompañante no debe de conducir-. Tomé mi abrigo y salí fuera.
La noche estaba gélida y
el calor de vehículo mientras esperaba a Mario fue reconfortante. No
recuerdo cuanto tardó en llegar pero no demoró y conforme entraba
al cerrar la puerta pronuncio el nombre del hotel en un francés que
si no era del todo malo, tampoco era bueno. Era gracioso oírle
hablar con aquel deje español con vocales exageradamente abiertas
pese a su esfuerzo por lograr una buena fonética.
El taxi enfiló el camino
que mi acompañante le había indicado. Y así, ambos en el asiento
trasero descorchamos el champagne, el cual bebimos a morro, sin
recato y sin pudor. Embriagados por deseo más animal.
Le miraba...le miraba y no
era consciente de mis pensamientos. El calor inundaba mi entrañas.
Mis mulos se apretaban entre sí. Mi boca rezumaba deseo.
Estaba sexy con su camisa
blanca un poco desabrochada y la corbata holgada rodeando su cuello
perfectamente afeitado, suave y terso del que desprendía un
agradable perfume.
Era guapo y me lo parecía.
Sexy y me lo parecía. Deseaba follar con él (para qué negarlo).
Quería su miembro dentro de mi. Lo deseaba y sabía que lo tendría.
Comenzamos a besarnos. Mi cuerpo atraía al suyo con un extraño
magnetismo pero sumamente agradable. El taxista no era ajeno a lo que
sucedía en la parte trasera de su coche y nos dirigía miradas de
soslayo desde el espejo interior.
Mis piernas enredaban a
Mario el cual se dejaba atrapar sin reproches ni titubeos. No sé que
paso con la botella de champagne pues desapareció. Creo que la tiró
por la ventanilla pero ni el frío de la noche llegué a sentir. Mi
boca mordisqueaba sus labios y atrapaba su lengua. Mientras el hilo
de su respiración chocaban contra mi paladar y mi propio aliento.
Sus manos deshacían mi ya maltrecho peinado. Agarrando con fuerza mi
nuca y sosteniendo mi espalda. La erección era palpable y su roce
exaltaban mis más bajos instintos enarbolándolos en un juego en
espiral sin retorno.
Pude ver como el taxista
el cual conducía mas de memoria que por sus atención puesta en la
carretera. Mordía sus labios y pasaba la manga de su jersey
continuamente por su boca en un “tic” curioso. Durante uno de
esos momentos mire sus ojos fijamente. Los cuales esquivó, en un
acto de ocultar su vergüenza al verse sorprendido.
Eché mano al sexo de
Mario el cual se encontraba en perfecto estado para mis propósitos.
Comencé a acariciarlo por encima de la ropa. Él hacia lo propio con
su mano por debajo de mi falda buscando sin encontrar dificultad en
aquella travesía pues el camino estaba despejado a la oquedad de mi
sexo. Sus dedos me proporcionaban un placer que me nublaba la vista y
mojaban mis muslos.
Llegamos al hotel y nos
recompusimos medianamente como pudimos. Extraje de mi bolso una barra
de labios y atuse un poco mi pelo mientras Mario pagaba la carrera.
Cuando salimos me acerque inclinando mi cuerpo sobre la ventanilla
del taxista.
- Esto de propina...- Y echando mano del bolsillo de la chaqueta de Mario , extraje el tanga negro que celosamente guardaba y que esa noche había llevado puesto. Y lo dejé caer en el interior del vehículo. Sin mediar mas palabra que un “Bonne soirée” entre en el hall del hotel tomando la mano de mi acompañante.
Se trataba de un elegante
hotel en el centro histórico de la ciudad. La recepcionista nos entregó amablemente la tarjeta de la habitación que se encontraba
en la cuarta planta. Sobria, elegante y moderna la habitación
disponía de una enorme cama con almohadones mullidos y edredón
nórdico. Así como de un jacuzzi a nuestra disposición.
Entre y me descalce
despreocupada dejando mis zapatos tirados por aquel suelo térmico
por el que caminar era un auténtico placer. El jacuzzi burbujeaba
creando una tentadora espuma invitándonos a meternos en él. Mi
falda y mi blusa blanca caían dejando la desnudez de mi físico
expuesto a sus ojos.
- Vienes. ¿O te vas a quedar ahí mirando?.
Se desnudo
atropelladamente. Su mirada se perdió en el techo mientras sus manos
libraban sus piernas del pantalón. La corbata salió volando y la
camisa perdió algún botón que rodó por el enlosado. No pude
reprimir una carcajada que se vio interrumpida en el acto al ver
cuando, aquello que tanto deseaba quedó desnudo y ante mi. Se sentó
en el borde del jacuzzi apoyando sus manos en él. Mis manos se
posaron húmedas sobre sus rodillas dejando un hilo de agua y espuma
sobre sus piernas. Separé sus muslos y mi lengua se quemó al calor
de su piel.
Su sexo rozaba mis
mejillas. Chocaba contra mi cara en movimientos es espasmódicos. Con
mi mano la incline contra su vientre plano y me recreé en sus
testículos. Mi saliva cada vez mas abundante empapaba sus genitales.
Mi lengua ascendía y descendía uniforme a lo largo del cuerpo de su
pene. Mojándolo, recorriéndolo, sorteando el relieve de sus
venas... Mis labios se abrían haciendo espacio al grosor de su
miembro. Lo atrapé firmemente entre mis labios y la fui
introduciendo poco a poco adaptando mi garganta a su tamaño. Mis
manos rodearon su cintura para terminar agarrando sus glúteos con
fuerza. Tanta que mis uñas pintadas de negro marcaron su piel.
Poco a poco iba entrando
toda en mi boca. Al principio costaba y me faltaba el aire pero mi
saliva cada vez mas espesa, lubricaba bien y facilitaba la
penetración hasta la totalidad de su miembro. Notaba el calor cada
vez mas incipiente de su glande entre mis labios y mi lengua dibujaba
círculos en ella. Hilos de saliva se desprendían y se adherían en
el vértice de su miembro. Mi mirada buscaba la suya y la de él la
miá pero el placer le hacia extender la cabeza hacia atrás
mostrándome la plenitud de su cuello.
El tiempo se ralentizó.
Disfruté como una loca de aquella felación. Hubiese podido haber
llegado al límite así, con el sólo hecho de succionarsela, pues
tal era mi excitación que me sentía incontrolable. Pero no había
llegado hasta allí para no sentirlo bien dentro de mi. Así que, me
incorporé del jacuzzi y tomando un albornoz blanco con las
insignias de hotel sequé mi cuerpo. Lo tomé de la mano y me siguió
con la docilidad y la complacencia de un cachorro que sigue a su
madre. Le besé; fue un beso tan largo, tan febril, como húmedo y
lascivo.
Le eché sobre la cama
quedando desprotegido en su desnudez, débil e indefenso. Y lo hice
ejerciendo algo menos de fuerza de la que yo misma pensé que
necesitaría para tal efecto. Estaba, como diría...”crecida”. Me
sentía “fuerte” y “dueña” del placer que deseaba alcanzar.
Tomé el cinto del
albornoz. El cual dejó, mi cuerpo desnudo visible en su apertura.
Até sus manos a la espalda. No rechistó en ningún momento. De
hecho creo no se atrevió a hacerlo. Por otro lado disfrutaba pues su
erección así lo indicaba y la sumisión de su cuerpo.
Quedó tumbado en posición
supina con su rostro lívido y su mirada puesta en mi senos. Con las
manos fuertemente unidas y en lazadas a su espalda; yo, como una gata
en celo, me incliné sobre el lecho y gateé hasta la altura de mi
boca con la suya. Mi mano se detuvo en sus testículo los cuales
masajeé para luego tomándolos con fuerza apretárselos hasta que
arqueó su cuerpo presa del dolor. Una ahogada expresión de dolor
escapó de su garganta para terminar transformándose casi en un
orgasmo contenido.
Me subí encima de él a
horcajadas sobre su pene quedando mis mulos y rodilla a ambos lados
de sus caderas. Su miembro quedaba justo debajo de mi sexo (parecía
fuese a estallar). Coloqué con cuidado el condón y me metí su
polla dentro de mi. Tal era el deseo y las ganas que le empapé de
fluidos con esa primera entrada. Noté los espasmos del orgasmo
flaqueando mis piernas y erizándome la piel. Me quité el albornoz,
maniobra que propició tiempo a recuperarme y a retomar el pulso del
juego. Lo puse sobre su rostro dejándole sin visión alguna.
Mis caderas comenzaron a
cobrar vida y moverse rítmicamente. Lo montaba como una hábil
amazona monta a su caballo. Los jadeos de Mario eran patentes y
controlados.
“Control”... De
repente esa palabra adquiría un significado nuevo. Ejercía el
control sobre aquel hombre. Estaba roto, deshecho a mis
tribulaciones. No sabría definirlo. Pero era sumamente excitante, y
con Mario surgió esa faceta, que con otros del sexo masculino no
experimenté.
- Ni se te ocurra correrte; pues lo harás solo cuando yo te lo ordene-. Susurré en su oído mientras volvía a la vertical de mi posición para continuar cabalgándole.
- Sí...sí..así será.-. Acertó a pronunciar no sin dificultar.
Perdí la cuenta de las
veces que me corrí en esa posición. Fue espectacular. Tuve que
variar el ritmo de mis caderas para evitar que eyaculara. Aunque se
esforzó en no hacerlo y me lo iba comunicando para hacérmelo saber
y así controlarlo.
Por último le incorpore y
le lleve a baño con el albornoz aun enrollado en su rostro. Le ayudé
como quien ayuda a un invidente a cruzar la carretera. Le puse frente
al gran espejo de baño. Me situé detrás de él desnuda como
estaba. Le liberé el rostro. Hizo un amago de bajar los ojos al
suelo para protegerse de la fuerte luz. Cuando sus ojos se
acostumbraron miró al espejo y vio su cuerpo desnudo con el condón
aun puesto y a mi detrás de él. Sus manos estaban aun atadas. Le
quite el preservativo y comencé a masturbarle desde sus espaldas.
- Y ahora te vas a correr-. Le sugerí..
Dejé de mirarlo y centré
mi mirada en el espectáculo del espejo. Fue rápido no me hizo
demorar. Su semen lo salpicó todo. Llegando al espejo, lavabo,
impregnando mis manos y con ello mis dedos. Sus piernas flaquearon.
Su cuerpo casi se derrumba y su jadeos recorrieron mis
sentidos palmo
a palmo.
Solté sus manos y
volvimos a la cama. Lo hicimos alguna vez más. Cuando despertó lo
hizo sólo pues ya me había marchado. Solo quedó de mi una cosa.
Sobre el espejo un mensaje:
- Hasta la próxima y gracias...Ah, me quedo el albornoz de recuerdo. No olvides pagarlo ;)!!