En plena naturaleza a unos 20 km al
sur de Marsella, rodeados entre pinos y rocas. Se extendía una
pequeña cala frecuentada por algunos turistas y gente de la zona.
Allí Nathalie y yo desnudábamos nuestros cuerpos al sol de la
costa Azul en aquellos días de largo de verano.
Aquel lugar que pocos conocían,
configuraba un paraje paradisíaco para la practica del nudismo.
Acceder a ella no resultaba tarea fácil. Había que dejar el coche a
medio kilómetro del lugar y adentrase a pie por entre matorrales y
alguna pendiente. Luego, una vez superado este transito escabroso
ascendías una pequeña loma donde te encontrabas con una vista
espectacular. Posteriormente tras descender por unas escalerillas de
troncos en hilera (elaboradas por lugareños, hippies y algún que
otro osado) dabas con la playa en cuestión.
No era la primera vez que habíamos
visitado aquel lugar donde campistas y amantes de la naturaleza se
bañaban en el gran azul sin mas bañador que sus propias pieles.
Sin más pudor que el ansia de nadar en libertad y dejarse mimar por
la brisa del mediterráneo.
La playa en sí configuraba una especie herradura de pared vertical y rocosa que nos protegían de las miradas indiscretas de mirones no deseados. Los vértices de esa imaginaria herradura formaban un rompeolas natural que proporcionaba una apacible calma al agua.
El sol, en pleno cenit castigaba sin
piedad. La fina arena blanca quemaba los pies de cuantos se atrevían
a pisarla. Nathalie y yo nos encontrábamos protegidas por unos
salientes rocosos que proporcionaban una minúscula sombra que para
nuestra pequeña nevera venía de fábula.
Nuestras esterillas descansaban a
escasos centímetros de la orilla de mar y nosotras sobre ellas
soportábamos estoicamente el enorme calor que azotaba nuestros
cuerpos desnudos. Sudorosas; como estábamos, decidimos darnos un
baño.
Nos cogimos de la mano y nuestro
cabellos eran mecidos por la gratificante brisa de poniente. Nuestras
sombras, representaban un pequeño punto bajo nuestros pies, al sol
del mediodía. Nos mirábamos y nos reíamos al tiempo que
acelerábamos en una breve carrera para evitar el quemazón de la
arena. El contacto con el agua representó un gran alivio que nos invitó
a sumergirnos en el mar.
Desde el agua, la vista de la playa era
espectacular con aquel fondo de roca. Nadábamos juntas, cruzándonos
y abrazándonos. De vez en cuando nos fundíamos en besos sin
caducidad de espera. Largos y húmedos o cortos y tímidos. Era
nuestro día y lo disfrutábamos juntas. A Nathalie le gustaba
ponerse detrás de mi pasando sus brazos por debajo de mis axilas
sosteniendo así mis hombros. Me impulsaba y yo me dejaba llevar con
mis vista anclada en el azul impoluto del cielo. Sus pechos se
achuchaban contra mi. Mientras los míos asomaban tímidos sobre la
superficie del agua dejando ver mis pezones endurecidos y verticales
sobre el horizontal del mar.
- Tiburón...tiburón-. Bromeó entre
una sonora carcajada, mientras a sus palabras la acompañaba con el
tarareo de la la música de la famosa película.
A lo que yo, con medía cara aún
sumergida en el agua. No pude por más que reírme avergonzada y
airada, provocando una serie de burbujas que desde mi boca se
precipitaron a la superficie.
En un impuso me libere de sus brazos y
dando media vuelta me situé de cara a ella.
-Je te déstete Nathalie!!... -.
Respondí, mirándola a los ojos y riéndonos ambas. En eso que
intente una “aguadilla” infructuosa que acabó con mis piernas
enredadas en su cintura y nuestras bocas uniéndose cómplices.
Hundimos nuestras cabezas por debajo del agua sin dejar de besarnos.
No sé cuanto tiempo estuvimos así sumergidas pero fue el
suficiente como para no ahogarnos y salir veloces para obtener
oxígeno.
Entre juegos y risas pasábamos la
tarde hasta que el ruido de unos motores perturbaron nuestro baño.
-¡No tenía ni la menor idea de que
hubieran sirenas en las aguas de Marsella!-. Dijo medio gritando un
chico rubio con marcado deje germánico desde su moto de agua
-Ya te dije Marcus, que teníamos que
venir a Francia.- Contestó su otro amigo desde la suya.
-¡Eh, chicas!... ¿Os gustaría un
paseo?.
-¿Con vosotros?. Ni locas-. Sentencié.
-¡Vamos, será divertido!-. Dijo el
otro chico. -¿O es que a las chicas francesas no os van las
emociones fuertes?
-Lo que no nos va; es que os coléis
con vuestras motos en las playas nudistas como simples mirones-. Dijo
Nathalie descarada y con la mitad de su torso visible sobre el agua.
-Mi nombre es Marcus y mi amigo
Egbert-. Dijo con una bonita sonrisa.- Y en cuanto a lo que dices; si
ese es el problema...-. Miro a su amigo con gesto de complicidad
cuando ambos sobre sus motos con agilidad se deshicieron de sus
bañadores. Lucían unos cuerpos atléticos y bien definidos. Debían
de rondar los 25 o 26 años. Egbert de cabellos rubios y largos
mientras que su amigo portaba un corte rapado a lo militar.
-Bien, chicas ya estamos en igualdad de
condiciones. ¿Qué decís ahora?... Que no se diga de la
hospitalidad francesa.
Miré a Nathalie y le dije riendo.-
¿Por qué no?. Vamos a divertirnos.
Tomé sin pudor la mano de Marcus que
me elevó con sus musculados brazos como si fuese de papel. Su
espalda estaba caliente mientras mis pechos húmedos se apretaban
tímidamente a él. Nathalie hizo lo propio con Egbert. Los dos
chicos llevados por entusiasmo gritaron y aceleraron las motos que
alcanzaron en breve espacio de tiempo una gran velocidad. El agua
saltaba a nuestro alrededor mojándonos. El aire arremetía con
fuerza sobre nuestras caras. Deliberadamente- pienso- tomaban las
olas par saltarlas. Con cada salto nuestros cuerpos quedaban mas
apretados y juntos. Mis manos rodeaban con fuerza el torso de Marcus.
De vez en cuando observaba a Nathalie quien lo pasaba en grande.
Estuvimos largo tiempo dando vueltas
jugando con el mar. Finalmente regresamos a la playa y los chicos
continuaron con nosotras. Poco a poco íbamos intimando mas. Eran
recién licenciados que se habían tomado un año sabático en
Francia. Después del verano regresarían a Colonia; de donde eran.
La tarde iba pasando entre
conversaciones y chapuzones. Entre risas y miradas.
El sol comenzaba a descender mientras
la playa cada vez se iba quedando mas desierta de bañistas. Nosotros
seguíamos allí sin ver el momento de irnos hasta quedarnos
prácticamente solos. Marcus me comentaba de sus viajes ya que había
realizado muchos en plan “mochilero” por gran parte de Europa.
Nathalie hablaba animosamente con Egbert.
Tomé el ultimo refresco de la nevera y
lo compartí con Marcus. En un momento dado miré hacia Nathalie a
la que sorprendí besando a su nuevo amigo. Marcus y yo nos miramos y
reímos. Cuando de repente y casi sin esperarlo, aquel alemán de
pelo a lo militar, me besó apasionadamente. El dulce sabor de la
“coca cola” en sus labios me dejó sin respiración.
Un enorme deseo envolvió mi cuerpo
desnudo. Marcus se vino hacia mi rodeándome con sus brazos. Su boca
no paraba de usar a la mia a su antojo. Mis labios eran presa fácil
al conjunto de los suyos. Nuestras lenguas entraban y salían
chocándose; deslizándose ambas en un baile erótico y sin fin. Sus
manos apresaron mi cara para hundirse en mi pelo. Sus muslos se
colaban entre los míos rozando mi sexo expectante a el calor de su
anatomía. Paramos en suspnso, mirándonos fijamente a los ojos sin
decirnos nada. Hablando con la mirada hipnótica en nuestras pupilas.
Nuestras bocas, a escasos centímetros se atraían como por un
extraño magnetismo desafiante. Fueron un par de segundos y no mas
lo que tardamos en volver a fundirnos el uno contra el otro.
De soslayo veía como Nathalie le
practicaba una felación a aquel chico alto y rubio de complexión
fuerte que le acariciaba el pelo. Debió de sentir mi mirada sobre
ella porque dirigió la suya hacia mi. Nuestros ojos se encontraron
fijos e inmóviles. Mi excitación alcanzó un grado superlativo
sosteniendo la mirada de mi amiga y observándola como disfrutaba de
aquel miembro endurecido entrando y saliendo de su boca.
Marcus, entre tanto, con mis muslos
dispuestos a ambos lados de su cabeza ejercitaba su lengua inquieta y
con vivaz ímpetu. Mis manos tomaban mis pechos acariciándolos y
apretándolos. Mis parpados se cerraron apretándose con fuerza
dejándome aislada en mi propio placer y cautiva de mis sentidos.
Unos labios cercaron los míos y la humedad de una lengua penetro en
mi boca. Reconocería esos labios entre mil; Nathalie.
Miré sorprendida entregándome
lascivamente al beso mi amiga. Egbert la montaba a cuatro patas y
ella loca de deseo buscaba mi cuerpo. De repente sentí el miembro de
Marcus abriéndose paso dentro de mi. Me quemaba la entrañas. Arqueé
mi cuerpo para acomodarlo bien. Sus caderas se movía a un ritmo
rápido que se ralentizaba para aumentar proporcionándome varios
micro orgasmos que me volvían loca.
No dí crédito a mis ojos, cuan los
labios de Nathalie se separaron de los míos para meter en su boca
ardiente, los dedos que Marcus le profería. Los chupaba como si de
su pene se tratase y este mientras me penetraba configuraba una cara
difícil de describir. Sacando los dedos de su boca buscó su pelo
rubio y sedoso agarrándolo con fuerza. La atrajo hacia él y la
besó. Luego coloco su cara sobre mi vientre para que viera bien de
cerca como me penetraba. Sacó su miembro y lo aproximó a su boca.
Nathalie, sin dudarlo se la chupo para posteriormente agarrársela
con su mano e introducirla nuevamente en mi sexo.
No sé cuantas veces había alcanzado el
punto más álgido que se pueda llegar, pero aún deseaba más.
Marcus, me llevo hacia él y dándome la vuelta me colocó a cuatro
patas y cómo un “animal en celo” deseé sentirle dentro otra
vez. No tardó en satisfacer mis deseos. Me penetró con ansia.
Egbert hizo la mismo con mi amiga disponiéndola paralela a mi. Ambas
rozándonos los brazos y los hombros de cara la pared rocosa con
nuestras rodillas clavadas en la arena.
Nuestras bocas de fundieron nuevamente
mientras eramos penetradas por aquellos chicos germanos. Los jadeos
de los cuatros retumbaban en un eco místico y envolvente. Marcus
paró de repente. Pensé, que para correrse, tal vez...., pero no. Al
momento, volvió a penetrarme pero se movía diferente. Volví la
cara hacía él, y pude ver como se trataba de Egbert quien me
embestía
ahora mientras Marcus poseía a
Nathalie.
Estábamos sin control, perdiendo los
papeles. Entregadas a las perversiones de alguna fantasía antes sólo
soñadas. Nathalie y yo nos tomamos de las manos enterradas ahora en
la fría arena. El orgasmo fue espectacular bajo las estrellas y la
brisa del mar. Así, como la sensación de el calor de su fluidos
sobre nuestros cuerpos desnudos.