domingo, 8 de septiembre de 2013

La playa (12)



En plena naturaleza a unos 20 km al sur de Marsella, rodeados entre pinos y rocas. Se extendía una pequeña cala frecuentada por algunos turistas y gente de la zona. Allí Nathalie y yo desnudábamos nuestros cuerpos al sol de la costa Azul en aquellos días de largo de verano.

Aquel lugar que pocos conocían, configuraba un paraje paradisíaco para la practica del nudismo. Acceder a ella no resultaba tarea fácil. Había que dejar el coche a medio kilómetro del lugar y adentrase a pie por entre matorrales y alguna pendiente. Luego, una vez superado este transito escabroso ascendías una pequeña loma donde te encontrabas con una vista espectacular. Posteriormente tras descender por unas escalerillas de troncos en hilera (elaboradas por lugareños, hippies y algún que otro osado) dabas con la playa en cuestión.

No era la primera vez que habíamos visitado aquel lugar donde campistas y amantes de la naturaleza se bañaban en el gran azul sin mas bañador que sus propias pieles. Sin más pudor que el ansia de nadar en libertad y dejarse mimar por la brisa del mediterráneo.

La playa en sí configuraba una especie herradura de pared vertical y rocosa que nos protegían de las miradas indiscretas de mirones no deseados. Los vértices de esa imaginaria herradura formaban un rompeolas natural que proporcionaba una apacible calma al agua.

El sol, en pleno cenit castigaba sin piedad. La fina arena blanca quemaba los pies de cuantos se atrevían a pisarla. Nathalie y yo nos encontrábamos protegidas por unos salientes rocosos que proporcionaban una minúscula sombra que para nuestra pequeña nevera venía de fábula.

Nuestras esterillas descansaban a escasos centímetros de la orilla de mar y nosotras sobre ellas soportábamos estoicamente el enorme calor que azotaba nuestros cuerpos desnudos. Sudorosas; como estábamos, decidimos darnos un baño.

Nos cogimos de la mano y nuestro cabellos eran mecidos por la gratificante brisa de poniente. Nuestras sombras, representaban un pequeño punto bajo nuestros pies, al sol del mediodía. Nos mirábamos y nos reíamos al tiempo que acelerábamos en una breve carrera para evitar el quemazón de la arena. El contacto con el agua representó un gran alivio que nos invitó a sumergirnos en el mar.

Desde el agua, la vista de la playa era espectacular con aquel fondo de roca. Nadábamos juntas, cruzándonos y abrazándonos. De vez en cuando nos fundíamos en besos sin caducidad de espera. Largos y húmedos o cortos y tímidos. Era nuestro día y lo disfrutábamos juntas. A Nathalie le gustaba ponerse detrás de mi pasando sus brazos por debajo de mis axilas sosteniendo así mis hombros. Me impulsaba y yo me dejaba llevar con mis vista anclada en el azul impoluto del cielo. Sus pechos se achuchaban contra mi. Mientras los míos asomaban tímidos sobre la superficie del agua dejando ver mis pezones endurecidos y verticales sobre el horizontal del mar.

- Tiburón...tiburón-. Bromeó entre una sonora carcajada, mientras a sus palabras la acompañaba con el tarareo de la la música de la famosa película.

A lo que yo, con medía cara aún sumergida en el agua. No pude por más que reírme avergonzada y airada, provocando una serie de burbujas que desde mi boca se precipitaron a la superficie.

En un impuso me libere de sus brazos y dando media vuelta me situé de cara a ella.

-Je te déstete Nathalie!!... -. Respondí, mirándola a los ojos y riéndonos ambas. En eso que intente una “aguadilla” infructuosa que acabó con mis piernas enredadas en su cintura y nuestras bocas uniéndose cómplices. Hundimos nuestras cabezas por debajo del agua sin dejar de besarnos. No sé cuanto tiempo estuvimos así sumergidas pero fue el suficiente como para no ahogarnos y salir veloces para obtener oxígeno.

Entre juegos y risas pasábamos la tarde hasta que el ruido de unos motores perturbaron nuestro baño.

-¡No tenía ni la menor idea de que hubieran sirenas en las aguas de Marsella!-. Dijo medio gritando un chico rubio con marcado deje germánico desde su moto de agua

-Ya te dije Marcus, que teníamos que venir a Francia.- Contestó su otro amigo desde la suya.

-¡Eh, chicas!... ¿Os gustaría un paseo?.

-¿Con vosotros?. Ni locas-. Sentencié.

-¡Vamos, será divertido!-. Dijo el otro chico. -¿O es que a las chicas francesas no os van las emociones fuertes?

-Lo que no nos va; es que os coléis con vuestras motos en las playas nudistas como simples mirones-. Dijo Nathalie descarada y con la mitad de su torso visible sobre el agua.

-Mi nombre es Marcus y mi amigo Egbert-. Dijo con una bonita sonrisa.- Y en cuanto a lo que dices; si ese es el problema...-. Miro a su amigo con gesto de complicidad cuando ambos sobre sus motos con agilidad se deshicieron de sus bañadores. Lucían unos cuerpos atléticos y bien definidos. Debían de rondar los 25 o 26 años. Egbert de cabellos rubios y largos mientras que su amigo portaba un corte rapado a lo militar.

-Bien, chicas ya estamos en igualdad de condiciones. ¿Qué decís ahora?... Que no se diga de la hospitalidad francesa.

Miré a Nathalie y le dije riendo.- ¿Por qué no?. Vamos a divertirnos.

Tomé sin pudor la mano de Marcus que me elevó con sus musculados brazos como si fuese de papel. Su espalda estaba caliente mientras mis pechos húmedos se apretaban tímidamente a él. Nathalie hizo lo propio con Egbert. Los dos chicos llevados por entusiasmo gritaron y aceleraron las motos que alcanzaron en breve espacio de tiempo una gran velocidad. El agua saltaba a nuestro alrededor mojándonos. El aire arremetía con fuerza sobre nuestras caras. Deliberadamente- pienso- tomaban las olas par saltarlas. Con cada salto nuestros cuerpos quedaban mas apretados y juntos. Mis manos rodeaban con fuerza el torso de Marcus. De vez en cuando observaba a Nathalie quien lo pasaba en grande.

Estuvimos largo tiempo dando vueltas jugando con el mar. Finalmente regresamos a la playa y los chicos continuaron con nosotras. Poco a poco íbamos intimando mas. Eran recién licenciados que se habían tomado un año sabático en Francia. Después del verano regresarían a Colonia; de donde eran.

La tarde iba pasando entre conversaciones y chapuzones. Entre risas y miradas.

El sol comenzaba a descender mientras la playa cada vez se iba quedando mas desierta de bañistas. Nosotros seguíamos allí sin ver el momento de irnos hasta quedarnos prácticamente solos. Marcus me comentaba de sus viajes ya que había realizado muchos en plan “mochilero” por gran parte de Europa. Nathalie hablaba animosamente con Egbert.

Tomé el ultimo refresco de la nevera y lo compartí con Marcus. En un momento dado miré hacia Nathalie a la que sorprendí besando a su nuevo amigo. Marcus y yo nos miramos y reímos. Cuando de repente y casi sin esperarlo, aquel alemán de pelo a lo militar, me besó apasionadamente. El dulce sabor de la “coca cola” en sus labios me dejó sin respiración.

Un enorme deseo envolvió mi cuerpo desnudo. Marcus se vino hacia mi rodeándome con sus brazos. Su boca no paraba de usar a la mia a su antojo. Mis labios eran presa fácil al conjunto de los suyos. Nuestras lenguas entraban y salían chocándose; deslizándose ambas en un baile erótico y sin fin. Sus manos apresaron mi cara para hundirse en mi pelo. Sus muslos se colaban entre los míos rozando mi sexo expectante a el calor de su anatomía. Paramos en suspnso, mirándonos fijamente a los ojos sin decirnos nada. Hablando con la mirada hipnótica en nuestras pupilas. Nuestras bocas, a escasos centímetros se atraían como por un extraño magnetismo desafiante. Fueron un par de segundos y no mas lo que tardamos en volver a fundirnos el uno contra el otro.

De soslayo veía como Nathalie le practicaba una felación a aquel chico alto y rubio de complexión fuerte que le acariciaba el pelo. Debió de sentir mi mirada sobre ella porque dirigió la suya hacia mi. Nuestros ojos se encontraron fijos e inmóviles. Mi excitación alcanzó un grado superlativo sosteniendo la mirada de mi amiga y observándola como disfrutaba de aquel miembro endurecido entrando y saliendo de su boca.

Marcus, entre tanto, con mis muslos dispuestos a ambos lados de su cabeza ejercitaba su lengua inquieta y con vivaz ímpetu. Mis manos tomaban mis pechos acariciándolos y apretándolos. Mis parpados se cerraron apretándose con fuerza dejándome aislada en mi propio placer y cautiva de mis sentidos. Unos labios cercaron los míos y la humedad de una lengua penetro en mi boca. Reconocería esos labios entre mil; Nathalie.

Miré sorprendida entregándome lascivamente al beso mi amiga. Egbert la montaba a cuatro patas y ella loca de deseo buscaba mi cuerpo. De repente sentí el miembro de Marcus abriéndose paso dentro de mi. Me quemaba la entrañas. Arqueé mi cuerpo para acomodarlo bien. Sus caderas se movía a un ritmo rápido que se ralentizaba para aumentar proporcionándome varios micro orgasmos que me volvían loca.

No dí crédito a mis ojos, cuan los labios de Nathalie se separaron de los míos para meter en su boca ardiente, los dedos que Marcus le profería. Los chupaba como si de su pene se tratase y este mientras me penetraba configuraba una cara difícil de describir. Sacando los dedos de su boca buscó su pelo rubio y sedoso agarrándolo con fuerza. La atrajo hacia él y la besó. Luego coloco su cara sobre mi vientre para que viera bien de cerca como me penetraba. Sacó su miembro y lo aproximó a su boca. Nathalie, sin dudarlo se la chupo para posteriormente agarrársela con su mano e introducirla nuevamente en mi sexo.

No sé cuantas veces había alcanzado el punto más álgido que se pueda llegar, pero aún deseaba más. Marcus, me llevo hacia él y dándome la vuelta me colocó a cuatro patas y cómo un “animal en celo” deseé sentirle dentro otra vez. No tardó en satisfacer mis deseos. Me penetró con ansia. Egbert hizo la mismo con mi amiga disponiéndola paralela a mi. Ambas rozándonos los brazos y los hombros de cara la pared rocosa con nuestras rodillas clavadas en la arena.

Nuestras bocas de fundieron nuevamente mientras eramos penetradas por aquellos chicos germanos. Los jadeos de los cuatros retumbaban en un eco místico y envolvente. Marcus paró de repente. Pensé, que para correrse, tal vez...., pero no. Al momento, volvió a penetrarme pero se movía diferente. Volví la cara hacía él, y pude ver como se trataba de Egbert quien me embestía
ahora mientras Marcus poseía a Nathalie.

Estábamos sin control, perdiendo los papeles. Entregadas a las perversiones de alguna fantasía antes sólo soñadas. Nathalie y yo nos tomamos de las manos enterradas ahora en la fría arena. El orgasmo fue espectacular bajo las estrellas y la brisa del mar. Así, como la sensación de el calor de su fluidos sobre nuestros cuerpos desnudos.